martes, 11 de mayo de 2010

Miseria humana

El Penal de Lurigancho es una dimensión ajena a la vida humana. Partiendo desde allí, la noticia de que un grupo de mujeres -madres de familia-, salieron ebrias después del día de visita al Penal de Lurigancho, y casualmente en el Día de la Madre, no me indigna, sino más bien me causa tristeza, porque además confirma lo que todos -o casi todos- sabemos respecto al tema carcelario en el Perú.


Que un programa denuncie estos hechos; bueno. Es noticia mediática, titular. Jalón de orejas para el ministro y está bien. Pero en lo personal no me sorprende, y debe ser porque entre verduleros no nos vendemos coles. Por eso -a pesar del correo que me envían con una serie de horrores respecto a que las mujeres alcoholizadas de la noticia son una vergüenza para el día de la madre- creanme, me es indiferente.
Obviamente estoy en desacuerdo con el libertinaje carcelario, con el tráfico de drogas dentro de los penales, pero no es acaso que el sistema lo permite y crea para que así suceda. Al preso en el Perú se le fabrica la filosofía de la superviviencia retrocendiéndolo a la era de las cavernas, obligándolo a delinquir -mil veces más peligroso, pero entre gente mucho más delincuente que ellos y más peligrosa aún-.


Por eso la mente del delicuente privado de su libertad y hacinado, carente de privacidad, es más hábil que el General Otto Guibovich -que hasta le secuestran el perrito-, porque sobrevive en un mundo más hostil que el nuestro. Tienen su propia sociedad, sus propios códigos de justicia, leyes, forma primitiva de vida. Inhumanamente olvidados. ¿Acaso podemos creer que dentro de las cárceles los reos esperarán educadamente el peso de los años sin insistir, una y mil veces, ingresar dentro de las vaginas de sus mujeres que lo visitan, un chip, un celular, una navaja, un cortauñas y todo cuanto les pueda ser útil para defenderse y tener contacto con el mundo exterior, -eso si es que no tienen plata porque de lo contrario una propina y todo entra y sale como en aduana- y que vivirán en abstinencia sexual mientras dura su condena? Pues no.

Un tiempo atrás -cuando CPN era una emisora informativa que cuestionaba-Alberto Ku King, entrevistó a un ex interno que narró con crudeza cuál era el verdadero rostro dentro de los penales. Eran los taitas los que ordenaban para la prensa exhibir cientos de cuchillos artesanales, revólveres, botellas con mecha y gasolina, fierros filudos, para que la policía diga inflando el pecho: esto es lo que hemos incautado.


-¿Usted cree, señor periodista, que la policía se atreve a entrar? Se mueren de miedo. Adentro nunca se meten, sólo hay comunicación con los chupes...

Los que algna vez han leído San Camilo, el libro de Luis Felipe Angell, sobre su injusta detención en Lurigancho y luego su traslado a lo que hoy es el Hospital 2 de Mayo -antes carceleta, más de 40 años atrás- en Barrios Altos, pueden tener una noción cercana de lo que es estar preso. En sus páginas cuenta que en medio de una celda que no tenía baño, un hombre anciano se puso a defecar delante de ellos, de pronto vino otro recluso y le pateó en el trasero salpicando el excremento con una carcajada que todos los arrimados celebraron. El de la patada se manchó la zapatilla y se fue a limpiar acostumbrado a ese juego pestilente, y la víctima rodó sobre su propia inmundicia y se fue más allá a terminar con lo suyo. Eso le hacían a todos, y era normal; casi un juego.

La realidad carcelaria es un inframundo. De noche -contaba la entrevista de Ku King- uno se espanta por los gitos de horror de un hombre al que lo cortan entre seis -y eso también es normal-, o quemándole a otro un ojo con un fierro caliente porque le metió la mano a otro preso que era su mujer preferida. O hundiéndoles el verduguillo y redondearlo por dentro en venganza de quién sabe qué. Y hay peores castigos todavía, que faltaría espacio.

Por eso, que se vea a los presos, tomándose sus latitas de cerveza y festejando con sus mujeres, amantes o novias alquiladas por un par de horas y en el Día de la Madre, es apenas algo que hasta Dios se los puede permitir. Pero su mundo dentro de las cárceles es tan miserable que en su defensa ellos podrían alegar con justicia que todos sus actos -incluso burlarse de la ley- son por sobrevivir.

Y les creería. Porque mientras el sistema carcelario lo permite, los presos y su mundo de miseria humana permitirán que nosotros seamos, en nuestra libertad -vergonzoso-, verdaderos presos de la ignorancia absoluta, de la cucufatería, y lo más grave, de la total incompetencia de nuestras autoridades. Criticar también implica conocer lo que se juzga.

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