martes, 25 de mayo de 2010

El costo del catolicismo


Desde muy joven siempre cuestioné mi religión. Estaba obsesionado. Fui un escéptico total. Después creí ser ateo, navegué por el agnosticismo, me amparé en la etiqueta del ecléctico y me di por vencido. No llegué a ninguna parte. Pero aún con ello no puedo dejar de cuestionar hasta hoy el papel venido a menos de la iglesia católica.

En primer lugar -y escribo en respuesta a una pregunta que me hicieron en una parroquia donde tramito unos documentos estos días-, la iglesia católica, desde la época del Tahuantinsuyo, con el pretexto de evangelizar, se calló el asesinato de muchos indígenas. Critica la violencia desde su cómodo sillón de seda. Hace llamados para detener el hambre siempre porsupuesto con el estómago lleno. Critica el preservativo y la píldora del día siguiente cuando sus ministros son los que más la necesitan y los que más han abusado sexualmente de niños. Viajan por el mundo casi gratis, gozan de exoneración de impuestos, no pagan licencias, no le dan cuentas a nadie por las propinas que recolectan, ni por los bautizos o matrimonios que celebran. Tiene como nadie una planilla exclusiva de subvenciones con la que la hacen linda en la jerarquía eclesiástica y viven mejor que cualquiera de sus feligreses que convive con la pobreza. Tremendo mal ejemplo.

Así cualquiera. Si no recordemos el Decreto Supremo de julio de 1991 que el dictador japonés Alberto Fujimori les firmó para asignarles un sueldo escalonado de modo tal que el Cardenal, gane como un ministro, el arzobispo casi como un vice ministro, el ovispo un poco menos pero igual le cae su billete. ¿Suena feo verdad? Predicar la fe es estar convencido -de cobrar a fin de mes- pero es tener fe. Hay mejores seres humanos que por nada de lo que cobra el cardenal darían su vida por el prójimo. ¿San Martín de Porres alguna vez pidió sueldo? No tener nada y creer y además profesar esa fe, es la mejor muestra de fidelidad a Dios. Se puede tener fe mejor que nadie cuando se tiene garantizada la comodidad de la vida con lujos. Y eso es una vergüenza.

El Estado le paga a la iglesia católica los sueldos y pensiones en planilla dorada del Ministerio de Justicia, lo que significa que todos los peruanos somos los que pagamos -con el sudor de la frente del otro-, el caviar que se empujan los sacerdotes antes de confesar a los que andan sin suela en los zapatos. Como dicen los zurdos: ¡No hay derecho!

Después de todo no deja de ser una cosa de locos aquí en el Perú recordar el famoso Concordato de 1980 celebrado entre el Presidente Morales Bermúdez y la Iglesia Católica. Pensemos. Si la iglesia evangélica, pentecostés, israelita, mormona, misionera o los brasileros del show de fe en canal 11 necesitan un local para sus reuniones y piden licencia, el Estado se los da; previo pago al contado rabioso. Y con ese dinero le paga a la iglesia católica. Significa que el Pastor Humberto Lay o el finadito Ezequiel Ataucusi -que hasta hoy no resucita- también pagan el sueldo de Cipriani. Cuesta el catolicismo.

¿Conclusión? Profesar la religión católica es chamba; es romperse el lomo y esperar la quincena, pero digo yo: por qué con mi plata tengo que mantener una religión. ¿Entonces los de Pare de sufrir no son los únicos? Vaya, a pesar de todo el que escribe es un creyente, por otros caminos pero creyente. Imposible no acordarse de González Prada:

¿Tiene derecho no sólo el Catolicismo sino todo el Cristianismo para jactarse de haber anunciado a la Tierra como Moral nueva? ¿Qué precepto de esos llamados divinos quedó sin ser formulado implícita o esplícitamente por los filósofos del Indostán, la China, Persia, Judea, Grecia y Roma? Si hasta la máxima capital de amar al prójimo como a sí mismo no le pertenece. ¿Cómo sostener que la Religión Cristiana posee una Moral diferente de la Moral profesada por los grandes filósofos de la Antigüedad?


Y todos los males de la educación católica los palpamos ya. Por más de setenta años, ¡qué! Por más de tres siglos nuestros pueblos se alimentaron con leche esterilizada de todo microbio impío. No conocieron más nodriza que el cura y el preceptor católico; y ¿qué aprendieron? Algunas ceremonias religiosas, unos cuantos ritos católicos, es decir, se convirtieron exteriormente sin que una sola chispa del espíritu cristiano haya penetrado en sus almas. Si del pueblo ascendemos a las clases superiores, veremos que la religión no sirvió de correctivo a la inmoralidad privada ni al sensualismo público. Los que se distinguieron por la depravación de costumbres o el gitanismo político, recibieron educación esencialmente católica, vivieron y murieron en el seno de la Iglesia.

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