Ahora que acaba de fallecer Pedrito Otiniano me vienen a la memoria todas las
canciones que escuché de él desde muy joven. Son canciones tristes. La gente
decía que esa era música de borrachos. Siempre me pareció extraño eso. Que
nadie entendiera que en el fondo de un bar, más que un ebrio siempre hay un ser
humano enfermo de afecto, carente de amor, accidentado en los sentimientos.
A
todos nos pasa. Por bondad o malicia siempre se cae en el rodar de ese dado
roído del que hablaba Vallejo, para bien o para mal, con una primera vez.
Fracasos amorosos, soledades que matan; no siempre uno se salva. A veces la
debilidad humana se refugia como puede en su ignorancia y su tormento. Nadie es
tan valiente para vencerla ni tan débil para acabar sumido en la nada.
Simplemente ocurre.
…Esta
noche yo quisiera que el mundo acabase y que al infierno el señor me mandase,
para conmigo pagar lo que pequé. Yo hice sufrir a quien tanto me amo. Fue su
amor por mi culpa infeliz, esta noche quisiera morir. Perdón... cuántas veces tú
me perdonaste, cuánto llanto por mi derramaste y cuanto amor que yo no merecí.
Es la noche de mi agonía es la noche de mi tristeza por eso quiero morir…
Me
viene a la memoria la miseria sentimental de una traición que acabó por
arrastrar al viejo Misael al abandono. Vivía en la misma cuadra. Allí también
escuche algunos boleros que en ese tiempo no entendía. Todos sabíamos que su
esposa, una blancona criolla de la placita Buenos Aires lo había abandonado. Se
había llevado a sus dos hijos al Japón siguiendo a un comerciante de relojes.
Desde eso don Misael se convirtió en un paria. Una tarde ya no salió al postigo
oscuro de su modesta carpintería en los Barrios Altos para vender su aserrín.
El aroma entre podrido y dulzón lo había delatado.
Estaba colgado del altillo de madera que él mismo había construido para sus hijos. Debajo de él había un radiograbadora, varios casets de boleros despedigados y una botella de vidrio "Lulú" muy antigua con un líquido amarillento a la mitad. Cuánto habría sufrido sólo ese hombre.
Estaba colgado del altillo de madera que él mismo había construido para sus hijos. Debajo de él había un radiograbadora, varios casets de boleros despedigados y una botella de vidrio "Lulú" muy antigua con un líquido amarillento a la mitad. Cuánto habría sufrido sólo ese hombre.
…No,
no me dejes sólo. Mira que me muero si no estoy contigo. No. No me desampares
hoy que necesito mucho más de ti. Ven que yo te prometo no mirar tus ojos ni
besar tu boca. Tú le darás consuelo a este amor tan ciego como lo es mi amor…
Es
una pena la partida de Pedrito Otiniano. A esta generación sólo lo toca ver
desaparecer a los íconos y géneros del arte que alguna vez deslumbraron. “El
ruiseñor del amor” quien alguna vez dijo que le sacaría la mugre a Javier Solís
en un duelo musical y que se salvó porque falleció, se llevó su voz y toda una
época. Se fue el maestro.
…Ay
cariño, ay cariño, si vieras como estoy desesperado por tu ausencia. Si es
cierto como dicen que el pecado tiene un precio, que caro estoy pagando por
quererte, ay cariño….
Pedrito
Otiniano también fue escritor. Su libro “Yo, Pedrito Otiniano; mi vida hecha
canción”, de 1987 cuenta su trayectoria y anécdotas del folclor nacional.
Antes de bolerista era un criollo defensor de los valses, pero el destino lo
llevó por otro camino. Leía historia argentina. En Barrios Altos decían que
Otiniano era un caballero. Cantaba sin que se lo pidieran, contaba chistes y
era solidario a pesar de su bohemia. “No me considero un Vargas Llosa ni un
García Márquez, pero todo lo he hecho en base de esfuerzo, cariño, humildad en
estos treinta a años de vida artística”.
…A
llorar a amorcito, a llorar, ya me voy, a llorar a cariñito, y yo me voy con tu
amor. Kio, kio, kio, kio lejos lejos ya me voy ...
CDH/EQM
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